\begin{tabular}{l} Todo el mundo nace con algún talento especial y Eliza Sommers descubrió temprano que \\ ella tenía dos: buen olfato y buena memoria. El primero le sirvió para ganarse la \\ vida y el segundo para recordarla, si no con precisión, al menos con poética \\ vaguedad de astrólogo. Lo que se olvida es como si nunca hubiera sucedido, pero sus \\ recuerdos reales o ilusorios eran muchos y fue como vivir dos veces. Solía decirle a \\ su fiel amigo, el sabio Tao Chi'en, que su memoria era como la barriga del buque \\ donde se conocieron, vasta y sombría, repleta de cajas, barriles y sacos donde se \\ acumulaban los acontecimientos de toda su existencia. Despierta no era fácil \\ encontrar algo en aquel grandísimo desorden, pero siempre podía hacerlo dormida, tal \\ como le enseñó Mama Fresia en las noches dulces de su niñez, cuando los contornos de \\ la realidad eran apenas un trazo fino de tinta pálida. Entraba al lugar de los \\ sueños por un camino muchas veces recorrido y regresaba con grandes precauciones \\ para no despedazar las tenues visiones contra la áspera luz de la consciencia. \\ Confiaba en ese recurso como otros lo hacen en los números y tanto afinó el arte de \\ recordar, que podía ver a Miss Rose inclinada sobre la caja de jabón de Marsella que \\ fuera su primera cuna. [-] \\ Se trata de un fragmente del libro de Isabel Allende, Hija de fortuna. \\ \hline\end{tabular}
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